martes, 21 de junio de 2011

OJOS DE ZOMBI –del ocio en Barcelona, su violencia y cultura de lo prohibido–

SINOPSIS

En la deseada, envidiada, ansiada, querida, anhelada, pretendida y preferida ciudad de Barcelona, se está de escándalo. Ofreciéndote más ofertas de ocio de las que uno nunca abarcaría, su ritmo se te mete por la venas. Lo normal es que uno viva medianamente tranquilo, con su entorno más o menos controlado. Siempre a ese mismo compás al que uno pronto brinca por sus calles. Pero, como en todo, esta ciudad también tiene su cara B.

OJOS DE ZOMBI 
–del ocio en Barcelona, su violencia y cultura de lo prohibido–

Como zombi presencié la manera en que unas cuatro o cinco carroñeras ratas de cloaca destrozaban físicamente –desvalijándola también– a una persona presuntamente extranjera en el Carrer dels Escudellers. Nosotros, un grupo rebotado del último garito en cerrar, vimos brincar su cabeza contra los adoquines. Cuando alcancé el cuerpo sobre su charco de sangre, dos de los nuestros intentaban reincorporarlo apoyándolo contra la pared mientras alguien telefoneaba a la ambulancia.

Pero de la nada aparecieron aquellos sucios rateros. Con acento de aquí –de barrio de aquí– nos increpaban a que lo dejáramos tirado, que era un hijo de…Y aunque alguien les gritó que ya estaba bien, que lo tenían medio muerto, no atendieron a razones. Como impotentes zombis nos tuvimos que apartar de la carroña dirección ramblas.

A esa altura, nunca debí girarme. Observé cómo sus cuerpos ya se tragaban al de la víctima. Vi cómo sus brazos entraban y salían de la masa de carne a la que, arrebatándole todo, seguían machacando. Se me vino a la cabeza una de esas escenas de los documentales que tanto echan sobre vida salvaje. De cuando, en manada, los miembros ágiles se organizan para la cacería de una potencial presa. Ya a su merced, mareada de tanto zarpazo, finalmente saltan sobre ella como posesos, asegurándose las mejores vísceras. Por  supervivencia, se supone.

Como inútiles zombis, había unos diez de los miembros del mismo cuerpo policial –no exagero– con sus coches aparcados en medio del paseo. Más de uno de los nuestros saltó a informarles del hecho. Que por favor corrieran a salvarlo. En tono grave, como zombi, a uno escuché decir: ‘tenemos cosas más importantes que resolver, señorita’.

Yo, zombi, sigo preguntándome qué sería tan importante. Quizá apatrullaran en modo zombi para que no se instale ni una más de las por orden establecidas zombis estatuas humanas. Ni de las aceptadísimas y honorables prostitutas zombis de la zona. Quizá para evitar que los zombis vendan latas de cerveza a los extranjeros zombis o para asegurarse de que zombi ninguno coma, beba alcohol, escupa, orine, ande sin camiseta o, lo que sería peor, desnudo por esos lares. Desnudo fue como debieron encontrar el cuerpo de aquel supuestamente forastero, ya zombi, los mismos zombis de los servicios de urgencia.

Atraídos por la llamada, cual zombis vienen los guiris a desmadrarse ya del todo. Se les anima a acudir en rebaño y hasta las cejas ponerse desparramando billetes. En festivalones miles pueden hacerse aún más el zombi si pueden. Total, durante cuatro días que van a estar aquí, para lo que ingresos genere permisividad absoluta. Aunque no haya dos iguales, para muchos llevan el dólar en sus ojos impreso. Mientras, en ese mismo escenario, habitamos el resto con nuestros ojos de cartón en mirada de zombi.

Esta ciudad es un lugar increíble. Plena de estímulos enriquece el alma. Vente, pero, contrario a la mayoría, intenta sonsacar a tantos de los que aquí viven el brillo del que carecen en sus ojos de muerto viviente.

Parcialmente publicado en:

martes, 7 de junio de 2011

Decálogo de un fiestero. Diez consejos básicos


SINOPSIS

No es lo mismo ir que estar de fiesta. Cuando ya estás, poco se puede hacer para remediarlo. Pero al ir de fiesta puedes, con tiempo, preveer ciertas cosas que asegurarán el éxito de la misma.

Decálogo de un fiestero. Diez consejos básicos

Lo confieso, soy fiestero. Me pone muchísimo una fiesta rodeado de golfos y golfas. La planeo con premeditación y alegoría. A medida que la fecha se acerca, el nervio me carcome. Movilizo a todo el mundo. Lo publico en el facebook. Informo a los que encuentro por la calle. Amenazo con armarla cual bestia parda.

Yo soy fiestero porque el mundo me ha hecho así. Me encanta la sodomía, la lujuria y todos esos pecados. Me pongo cerdo. Afilo mis colmillos. Me paso la hostia. No paro. Hablo por los codos. Del baño a la pista y de la pista al baño. Miro al que está a lo lejos, mientras me dejo hacer por el de más acá. Seduzco a la que clavó su mirada, al tiempo que discuto con otra a mi derecha. A todo digo que sí. Y otro cubata. Ahora al baño.

Llega un momento que no recuerdo nada. La cara se me pone así, como de cartón. Al final del tercer día, no soy persona. Tras cerrar local por local, quemar todos los cartuchos, una especie de rayo cósmico atraviesa mi cuerpo y escucho mi voz interior ‘¡¡¡Tira pa casa ya!!!’ Agarro chaqueta y, con cabeza gacha, me retiro. Luz desintegradora y taxi para casa.

Pasados tantos años, algo he aprendido y diez podrían ser los consejos básicos:

1                    Aliméntate como es debido días antes. Incluso prepara comida para la vuelta. Tres días sin comer son demasiados.
2                    Selecciona bien lugar y gente con quien quieres empezar la cosa, porque del final de la misma, a priori, nunca tendrás pistas. Rodéate de esos amigos que sabes que te quieren y cuidarán de tu locura. A los pesimistas, ni los llames.
3                    Haz acopio, con suficiente plazo temporal, de las golosinas que querrás consumir. Pero nunca demasiado pronto. Corres el riesgo de metértelas antes de tiempo.
4                    Elige bien el modelito. Nada del otro mundo. Sí esas prendas que, aún ‘viejunas’, impriman la seguridad necesaria llegado el caso.
5                    Ya en el día X, tómatelo con calma. Apura el tiempo al máximo. No hay nada más desagradable que llegar el primero y siempre está bien el protagonismo de hacerse esperar un ‘tiempecito’.
6                    Empieza despacio. Tienes dos días por delante y de tu prudencia, ahora que puedes, dependerá el estado en el que acabes.
7                    En las fiestas nunca te sientes. Siempre puede apalancársete cualquier indeseado.
8                    Con el ‘morao’ en lo alto, acude de vez en cuando a arreglarte ante el espejo. Esa pinta de fresquito recién llegado es siempre un valor añadido.
9                    Si al final del segundo día tienes un prometedor planazo, márchate ahora que estás a tiempo. Pasado cierto umbral ya no habrá retorno.
10                Y si el plan no surgió, no hagas como yo. Aguanta lo posible, pero vete con tu cabeza aún alta. Evita cerrar ese último bar donde ya solo quedan los restos del fin de semana.

Fuente: http://www.blogonlyapartments.es/diez-consejos-fiesta/

El paro y la lepra. Relación si la hubiere

SINOPSIS

Hay que ver lo mucho que se te estima mientras estás trabajando y lo insignificantemente invisible que pasas a ser cuando, desde el paro, emprendes la búsqueda de trabajo. Trabajar o no trabajar, ‘that is the question’.

El paro y la lepra. Relación si la hubiere

Fácilmente caes en el olvido. Aunque trabajes a destajo dejándote la piel. Aún esmerándote en crecer mediante cursos miles y aprendiendo lo incomprensible. Saliendo siempre después del jefe a sabiendas de lo mucho que le fastidia que de otra manera sea. Tirando de carretas y carretones. Nunca premiado y normalmente ninguneado, cual papel inservible te arrugan y lanzan a la papelera.

Mientras estás en activo, para todo cuentan contigo. Te instan a realizar labores para las que no estás preparado. Te asignan más responsabilidades. Te motivan tratando de venderte motos que, de ninguna manera, te corresponderían. Prometen oro y moro asegurándote hasta vida eterna si sigues las recomendaciones. Pero la eternidad tiene otro significado en sus diccionarios. Es efímera en ese léxico. Tú, que te veías para siempre en aquellas filas, llega el día en que intuyes lo peor.

-      Arturo, vente a mi despacho –dice el jefe con tono de pocos amigos.
-      ‘A sus órdenes’ –piensas para tus adentros y de camino ya prevés la que se te viene encima.
-      Como bien sabes, la empresa está pasando por momentos difíciles y la situación actual nos obliga a prescindir de ciertos empleados –para ti ya no hace falta que continúe, pero él erre que erre– los ingresos han menguado y aunque soy consciente de la dificultad que supone el bla, bla, bla…–una hora de monólogo para terminar informándote de que no renovarás tu contrato. Vamos, que no requieren ya de tus servicios.

Cuarenta y cinco tacos y de cabeza al paro. Tres bocas que alimentar y un solo oficio tras años de servicio. Profesional hasta la médula, pero infectado de esa enfermedad tan contagiosa, el paro. Porque ser parado sería como tener lepra. Te aíslan en observación y se ponen mascarilla para atenderte en abarrotadas salas de espera. Al contarlo, la gente pone cara de asco, como de que hueles mal. Siempre dan esperanzas, pero nadie se anima a prestarte ayuda.

Tu perfil es demasiado específico y no existen ofertas que se ajusten a lo tuyo. Cuando a la desesperada dejas caer que andas buscando trabajo y comentas lo dispuesto que estás para cualquier cosa, todos dicen lo mismo. Todos.

- ¿Pero tú que sabes hacer? – preguntan con soberbia.
- Bueno, soy doctor en física nuclear y master en mecánica cuántica, pero valgo para cualquier cosa. Aprendo rápido, me comprometo al máximo y me esfuerzo en mejorar cada día –dices. Por muy elocuente que pretendas ser, lo siguiente se ve venir.
- Ahora mismo no se me ocurre nada, pero si me entero de algo te aviso –y ya sabes que eso nunca ocurrirá.

Con la misma –aunque más agravada– enfermedad, vuelves a casa. Te tomas el medicamento prescrito y mañana será otro lunes. A la sombra o al sol, pero lunes al fin y al cabo. En fin, ¿qué más dará el día?

Quizá el paro represente la oportunidad de moverte por el mundo. Si así lo crees, vete por ahí y quita ya esa cara de enfermo. 

Fuente: http://www.whattovisitinmalaga.com/es/elparo/