jueves, 24 de marzo de 2011

Afán conspiratorio


SINOPSIS

Como en aquella vieja y cansina canción con melodía operística que popularizó hasta el hastío el grupo español Olé-Olé, “conspiración, conspiración, es la manera de llegar a ti”. Y de esa manera, muchas de las teorías conspiratorias que tratan de darle sentido a lo que a nuestro alrededor acontece –aunque tremendamente disparatadas– llegan a nosotros por el atractivo literario que la simple conspiración tiene. A pesar de esto, no todas quedan  incapacitadas, porque conspiraciones siempre hubo y habrá y, por otra parte, en esta sociedad del consumo la conspiración por hacernos consumir es un siempre reiterado objetivo.

AFÁN CONSPIRATORIO

A todos los que tendemos a pensar en extrañas conspiraciones orquestadas por poderosos desconocidos para cualquier fenómeno observado en nuestra sociedad, se nos suele acusar de padecer de patológico afán conspiratorio. Es verdad que cuando los hechos no presentan un claro y evidente origen racional, lo más sencillo es buscarles rocambolescos argumentos que, muchas veces, pecan de tremendo desatino. Evidentemente, esta tendencia no es la más acertada si lo que se pretende es acercarse a la veracidad, pero ojo, dar por sentado el argumento oficial, justificarlo ciegamente porque se encuentre respaldado por oficiosos grupos de poder o pensar sistemáticamente que lo real es lo publicado en esos sospechosos medios des-informativos, sería permanecer voluntariamente a la sombra del acontecimiento.

Para cada evento de repercusión social existe siempre un firme argumento aceptado y divulgado en semejantes términos desde distintos orígenes. Al mismo tiempo, mil y una ensordecidas hipótesis minoritarias tratan de darle otra explicación alternativa. La idea con la que nos quedamos no siempre es la más lógicamente argumentada, pero sí la que más ruido hace. Esa que nos llega desde distintas fuentes como misiles des-informativos y cuyas ondas expansivas nos inhabilita para la escucha de otros posibles pensamientos. Esos otros que, por muy cercanos que estén al sentido común y a la lógica aplastante del mismo hecho, quedan menospreciados y olvidados entre el insuperable ruido de fondo.

Si lo que se quiere es la verdad, la objetividad ­ –algo del todo inalcanzable por mucho que se pretenda– habría que darle la espalda a ese pensamiento único de manera sistemática. No por improbablemente erróneo, sino por escandaloso. Esa verborrea llega más pronto que tarde a nuestros oídos y, lo más triste de todo, a nuestro inconsciente colectivo sin esfuerzo maldito. Y todo gracias a las tan sutiles artimañas que, producto de años de experimentación con nuestras debilidades, la de nosotros los consumidores, ponen en práctica  los hoy especialistas en propaganda mediática.

Si es la realidad o imparcialidad lo deseado –algo que en su totalidad nunca lograremos– deberíamos afinar nuestro oído y abrir al máximo nuestros ojos para desparramar la vista. Ver más allá y hacer acopio del conjunto de hipótesis menores por muchas que estas sean y por complicado que el ejercicio resulte. Meterlas todas, también las más absurdas, desordenadamente en el saco de nuestro entendimiento y dejar que entre ellas interaccionen para que el día menos pensado, cuando ya te habías olvidado del tema, sea el sopor de una agradable siesta lo que haga encender la bombilla que haga encajar todas las piezas.

Cuidado, en la conspiración casi nunca se encuentran las causas de nuestros problemas, pero jamás las hallaremos cuando son interesados vendedores de madres los que pretenden acercárnoslas.