lunes, 14 de marzo de 2011

Elegancia y solomillo. Relación si la hubiere


SINOPSIS

No eres bello por tu pelo, perfilados músculos ni modernas vestimentas. Lo eres por tu ser en movimiento, por lo que dices y haces. Tu elegancia aflora desde dentro hacia fuera y nunca en sentido inverso. Todo lo demás son perecederos aderezos.

Elegancia y solomillo. Relación si la hubiere

Pronunciando la palabra “elegancia”, pensamos en grandes divas: Ángela Molina, Luz Casal, Concha Piquer, Yma Zumac o Eartha Kitt, por citar algunos ejemplos. Nunca pensarías en Belén Esteban, Fabio MacNamara, Torrebruno o La Terremoto de Alcorcón como merecedores de tal distinción. Dudo de si se nace o se hace y, más aún, después de una frase que escuché y que motivó el presente post.

Valorando injustamente las cualidades de los personajes que se contoneaban frente a nuestras narices, alguien afirmó: “…no te equivoques, la elegancia es resultado de varias generaciones a base de solomillo”. Ostras, me dejó boquiabierto. Enseguida acudió a mi memoria esa odiosa frase: “de casta le viene al galgo” que, a colación, resalta las cualidades de una persona cuyas habilidades y méritos vienen impresos como característicos de su linaje familiar. Mal que nos pese, el hijo del farmacéutico heredará la farmacia, el del catedrático la cátedra y el del noble, en estos absurdos regímenes monárquicos, sus títulos y riquezas.

Riqueza y elegancia no deberían venir unidas, pero sí es verdad que en las biografías de muchos representantes de la “casta” de elegantes  –según aparecen en nuestro cultural imaginario– se encuentran reseñas históricas que los conectan con pasados de poco o ningún sufrimiento económico. La misma Real Academia, cada vez más decepcionante por poco real y tan académica, define la palabra “elegante” como dotado de gracia, nobleza –donde fallamos la mayoría– y sencillez, donde la mayoría de nobles fracasan. Pero la más reveladora de las definiciones que aporta para “elegancia”, la relaciona con la forma bella de expresar los pensamientos. Y ahí es donde elegancia y solomillo tienen su encontronazo. Porque, aunque también define elegante como la persona con buen gusto y distinción en el vestir, la inteligencia emocional necesaria para expresar galantemente nuestros pensamientos, viste y perfuma al más andrajoso.

Como ilustración, aprovecho para homenajear a uno de los personajes que más elegantemente expresó su discurso de investidura tras veintisiete años de andrajosa e injusta cárcel. Él dijo:

“Nuestro miedo más profundo es reconocer que somos inconcebiblemente poderosos. No es nuestra oscuridad, sino nuestra luz, lo que más nos atemoriza. Nos decimos a nosotros mismos: "¿Quién soy yo para ser alguien brillante, magnífico, talentoso y fabuloso?". Pero en realidad, ¿quién eres tú para no tener esas cualidades? ¡Eres un hijo de Dios! Empequeñeciéndote no sirves al mundo. No tiene sentido que reduzcas tus verdaderas dimensiones para que otros no se sientan inseguros junto a ti. Hemos nacido para manifestar la Gloria de Dios, que reside dentro nuestro. Y Él no habita únicamente en algunas personas. Habita en todos y cada uno de nosotros. Y a medida que permitimos que nuestra luz se irradie, sin darnos cuenta estamos permitiendo que otras personas hagan lo mismo. Al liberarnos de nuestros propios miedos, nuestra presencia automáticamente libera a otros.” –Madiba o Nelson Mandela, 1994–

2 comentarios:

  1. ¡Cuánta razón tienes! Aunque el Fabio tenía su punto de elegancia en la movida de los 80. Te recomiendo un disco que editó con Almodovar.
    Un saludo.

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  2. Lo cierto es que cierta elegancia sí que tenía...ya quisieran muchos...
    Gracias por tu comentario

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