jueves, 13 de enero de 2011

DJS, ¿BAJO UNA PIEDRA CABEN TANTOS?

SINOPSIS

Ya de día, en la oscuridad del after, aquel chico de no más de veinticinco años al que llevas mirando toda la noche, se te acerca. Tras obligadas preguntas sobre nombre, lugar de procedencia y algún comentario estúpidamente adulador, llega el momento de cuestionarle acerca de profesión y hobbies. El niñato, inconsciente de su imprudencia, comenta con cierto brillo en los ojos: “Soy Dj”. Acto seguido, tu lívido experimenta una caída libre hacia un abismo sin fin y sin fuerza de rozamiento que la frene. Simultáneamente, el siguiente pensamiento acude a tu cabeza: “¡No puede ser verdad! ¿Otro Dj?”.

DJS, ¿BAJO UNA PIEDRA CABEN TANTOS?

Hubo un tiempo - no hace tanto - en el que la noble actividad de dj resultaba tan soberanamente atractiva que conseguía convertir al tonto en listo y al feo en guapo. Tal era el poder, que uno de los principales objetivos de la noche consistía en arrancarle al dj de turno una dedicada mirada con sonrisa asociada desde su tan privilegiada posición.

Al contrario, de un tiempo a esta parte, la incomprensible abundancia de los mismos, junto al intrusismo que sufre el gremio, ha conseguido banalizarlos de tal manera que una gran mayoría de los mismos hoy resultan tan pesaditos, tan presumidos y narcisistas que hasta cierta vergüenza ajena surge tras conocer a un nuevo atolondrado individuo que, sin conseguir hacer la “o” con un canuto, se autoproclama el dj de los djs.

Y es que no sé si debe ser condición sine qua non de la vapuleada profesión, pero un dj siempre tiende a pensar que él será el mejor de los que pinchen esa noche. Esto siempre desde la ignorancia, claro, porque difícilmente verás a uno de ellos disfrutando como loco con la sesión de un competidor por muy buena que esta resulte. Incomprensiblemente, suele desaprovechar la oportunidad de aprender yéndose lejos a meterse algo fuera del garito o de cacería sexual, alimentando su ego haciéndose el sordo - que no el mudo - para vanagloriarse ante todos de su supuesta habilidad con los platos.

Lo peor de todo es que gran parte de la responsabilidad la tenemos nosotros mismos al ser  éste el resultado de nuestra imprudente idolatría. Si los demás no acostumbrásemos a dorarles la píldora cada vez que terminan con su verborrea musical o a silbarles de pasión cada vez que suben el volumen tras un estratégico silencio, no serían tan soberbios los muy energúmenos. Por este motivo, y por el bien de nuestros oídos, de la calidad de la fiesta y de la propia música, sería más prudente bailar dándoles la espalda, criticarlos constructivamente aún siendo inmejorables sus sesiones y ponerlos en su sitio en cada momento. Él será muy dj, pero el mundo sería imbebible sin un vulgar jardinero, carpintero, fontanero o paletas como nos ha tocado ser a todos los demás.

Por su parte, los verdaderos djs del mundo deberían hacer de la suya una profesión reconocida en la que sólo cierta titulación oficiosa les permitiera proclamarse como tales. Entonces, sólo un prudente cotejo en las bases de datos del supuesto “colegio oficial de djs”, nos podría confirmar tal circunstancia con las mínimas garantías, conforme el chico ha superado las eliminatorias pruebas que lo harían merecedor de tal titulación. Vamos, como se nos exige a todos los demás.

En fin, tras este artículo producto de resaca en oscuro día de verano, creo que mejor me voy por ahí a ver si tengo suerte y encuentro alguno que, de verdad, neutralice esta desazón.

Fuente: http://www.blogonlyapartments.es/djs-barcelona/

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